Autor: Miguel Miñana
Hacía casi un año que Hamlet no visitaba nuestro territorio. Había ganas de verlos, enero estaba siendo uno de esos meses aburridos, de bolsillos vacíos y poca fiesta. La fecha, el horario y el clima no presagiaban ninguna de esas noches antológicas que todos recordamos cunado nos vamos de concierto. A las puertas de la sala ni un alma, nada de grupos de amigos compartiendo litronas, ni coches con el maletero abierto zumbando decibelios metaleros a la atmósfera. Frio y mucho viento. Y esa sensación de que, sin embargo, iba a ser la caña.
Pudimos asistir antes de las entrevistas al ensayo general. Hamlet iba afinando instrumentos, ajustando acoples, digamos que reconociendo el terreno a conquistar. La sala sonaba muy bien, como casi siempre que se tiene buenos técnicos. Poco a poco iba llegando gente al exterior, y todos buscaban refugio dentro de sus coches o en el hall de la nave de locales de ensayos colindante. Si alguien no sabía dónde tocaba Hamlet, no podría haber echado mano del viejo truco de dar vueltas hasta ver a grupos de metaleros calentando motores por los alrededores.
A la hora prevista, con apenas unos minutos de retraso, una voz gutural encendió definitivamente el ambiente. La auténtica magia del Metal es convertir un mes, una noche o un momento anodino, en una comunión infernal con la música a todo volumen. Cuando con tan solo unas notas ya tienes ganas de mover la cabeza, es que todo va a ir bien y el concierto posiblemente acabe en una catarsis de placer. Así fue. Una tras otra sonaban las canciones de Guilles (Guilles de Rais en realidad este era el auténtico nombre del caballero y asesino en serie medieval más conocido como Barba Azul) y en todas existía comunión con los que conocían o desconocían los temas.
Cuando un grupo se cree lo que hace, y no abusan de la pose, da igual que no los conozcas, empiezas a saltar a moverte y a dar cabezazos como si la vida te fuese en ello. Es lo que tiene el metal extremo, no está pensado para pasmarotes ni para conversar amablemente. El grindcore tiene su público y los chicos de Guilles lo dieron todo para satisfacer a sus fans. Salvando las distancias, recuerdan a Lamb of God sobre el escenario. Para los que no pudieron acudir o no los conocen, estad atentos a sus álbumes y conciertos.
Una vez calentados los músculos del cuello y desencajadas las vértebras a la espera de más y mejor caña, era el turno de Hamlet. Y como sus teloneros, empezaron a saco, sin concesiones, sin titubeos, una auténtica patada en la cara para el que todavía estuviese distraído. Cuando retumban los pulmones al ritmo de bajo y batería significa que el concierto promete, al menos en intensidad.
Los Hamlet salieron como una bala, conjuntados, con dominio absoluto de sus instrumentos. J Molly corriendo de un lado a otro del escenario intentando cubrir todos los ángulos, está más en forma que el 90% de los que estábamos bajo mirando. La respuesta del público fue tremenda también. Hay que decir que ni mucho menos estaba la sala llena, como hemos comentado, ningún elemento se había aliado con Hamlet ni con el público para que ese fuese uno de esos bolos que pasan a la historia de cada uno de los presentes. Pero tanto Hamlet como los asistentes se aliaron para vencer a los elementos y hacer de esa noche algo muy bueno.
En el setlist destacaron y predominaronlos temas de su último: La Ira. Disco que, en palabras de los propios Hamlet, había tenido muy buena acogida por entre el público valenciano. Disco también que en nuestra opinión es de los mejores de Hamlet.
Las canciones eran coreadas por la peña asistente, y el grupo las ejecutaban como si fuese un concierto de fin de gira: con muchas ganas y oficio. Sin embargo, y como suele suceder con los grupos que llevan mucho tiempo sobre las tablas, los temas antiguos, los “himnos”, son los mejor recibidos por el público. Y si el grupo tiene cariño por esos temas y los toca como el primer día, como en el caso de Hamlet, mejor. Así sucedió con todos los temas clásicos, la comunión era total, y eso se nota. Probablemente en poco tiempo algunas de las canciones de su último disco se conviertan también en himnos de Hamlet. No lo dudamos entre otras cosas porque tienen cuerda para rato.
Pero nada puede superar de momento a Egoísmo, JF, Tortura Visión, o Irracional, Dementes Cobardes, etc. Puede que las generaciones más jóvenes no lo vean así, y probablemente disfruten más con los temas nuevos. En cualquier caso, estamos convencidos de que dentro de nada canciones de La Ira como Mi Religión pasarán a formar parte del catálogo de himnos metaleros. En directo sonó bestial.
Tal vez seamos un poco nostálgicos los que ya escuchábamos a Hamlet allá por los años 90, ¡pero qué carajo! ¿Acaso no sucede esto con las mejores canciones y los mejores grupos? Ese plus nostálgico que algunas canciones tienen se componen no sólo de buena música sino de una carga emocional de momentos vividos, de recuerdos, de experiencias, de ciegos monumentales.
Ni sus autores ni el público saben cómo ni cuándo sucede esto, pero cuando por fin sucede, solo esperas a que los primeros acordes suenen para que desaparezca esa nostalgia y fundirte en el aquí y ahora del momento presente. En definitiva: los mejores Hamlet siguen ahí y muy vivos y fue un privilegio poder volver a disfrutarlos junto a un público entregado.